
De extensa trayectoria, ha acompañado su obra, con un periplo de vida errante, vagabundo, de vivencia caótica, mística y existencial; lo que ha resultado en composiciones riquísimas, que incluyen letras y melodías imperecederas, además de textos, y, si se quiere, parábolas que acompañan sus canciones, a veces sencillas, a veces íntimas, otras reflexivas, incluso cercanas a lo épico. Todo sin abandonar su intención esencial de sinceridad y, a veces, de humor.
De su aspecto de payador provinciano inicial, de sus primeros éxitos como el recordado “Vuele Bajo”, bien a lo Diógenes el cínico, “No soy de aquí” que fue un suceso internacional, “Pobre mi Patrón” (piensa que el pobre soy yo) o el excelente “Buen Día América del Sur”; ha ido experimentando por diferentes experiencias estéticas que lo han influenciado mas que en la forma –género musical- en el fondo. Durante un período se adscribió a la tendencia del Café Concert, tiempo en el que leía textos como “John Parker Dimitrisky”, en el que se burlaba de los dos sistemas políticos predominantes o cantaba el corrosivo “El Diablo es un señor”.
Entre las influencias de Facundo Cabral, no pueden dejar de recordarse la que musicalmente, ejerció Jorge Cafrune, sobre todo en un principio. También, en otro ámbito, Borges, su genial obra y lo paradójico de su vida en relación con su experiencia literaria (“el maestro sabe todo, ¡menos vivir, sabe todo!”), de la poesía ascética de Rabindranath Tagore (“cuando el hombre trabaja Dios lo respeta, mas cuando el hombre canta, Dios… lo ama”) y la hedónica de Walt Whitman. Whitman, en su disfrute panteísta (dios es todas las cosas) de la vida expresó mucho de lo que Cabral persigue: caminar, perderse en diferentes culturas, experimentar constantemente; es decir vivir, que sería la forma de encontrar a Dios.
Luego de que en 1972, decide viajar por Europa (donde acumula y se deshace de gran fortuna) y luego por los países orientales, donde iría para conocer mas del budismo, tan admirado por él por entonces, y de donde retornaría a la Argentina luego de haber recorrido 140 países.
Ya en la década de los ’80 con el regreso de la democracia en su país, se encuentra con una popularidad masiva, sobre todo entre la gente joven, que, en medio de la popularidad emergente del rock argentino, lo incorpora entre sus principales referentes a partir de sus discos “Cabralgando” (1982), con textos como el de la masturbación (“¡una declaración silvestre de independencia!”) o el tema “Corre, corre, Jesús” y, principalmente por el disco “Ferrocabral” (1984) donde están incluidos los ya clásicos: “No quiero ser un ciudadano”, el lacónico “Pedro Mendizábal” y una versión libre del padrenuestro.
En los ’90, edita junto con Alberto Cortéz “Lo Cortéz no quita lo Cabral” disco con el que alcanza gran difusión y popularidad, nuevamente, pero esta vez en toda América Latina (sus conciertos se iniciaron en México e incluyeron muchos países de Centroamérica) con interpretaciones como el rememorativo y anhelante “Yo quiero ser bombero”, el internacionalista “No me llames extranjero”, o el paradójico “Dicen por ahí”, entre otros. Años después, ambos artistas, volvieron a juntarse y grabaron “Lo Cortéz no quita lo Cabral II” donde incluyeron temas como “Yo voy soñando caminos”, “No me platiques mas” y “Mequitas de ternura”; finalizaron la trilogía de discos en colaboración con “Cortesías y Cabralidades”.
A estas alturas, con los inconvenientes que el paso de los años trae, no se puede dudar que Cabral ha sido el “ciruja profesional” que quiso ser, ha sido/es un artista generador constante de emociones, hábil mistificador, iconoclasta, anticlerical, exultante de inteligencia e hijo de puta certero a la hora de recordarnos lo humanos que somos y podemos ser, también gentil y optimista profeta de la libertad y los buenos sentimientos.
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