
Así, haciendo un repaso de los asesinos celebres, continúa la Conferencia, con una referencia a Caín (según Milton hirió a Abel en el pecho con una piedra, escapando con un quejido y un chorro de sangre) para luego especular acerca de los filósofos eminentes quienes, o fueron asesinados o estuvieron muy cerca de serlo: Descartes, Spinoza, Hobbes, Malebranche, Leibniz y Kant.
Pero, en concreto, sea la victima connotada o no, resulta que en apreciación de De Quincey pueden existir inconvenientes que entorpezcan la realización plena de la obra del artista: “A veces se presentan interrupciones molestas; la gente se niega a dejarse cortar la garganta con serenidad; hay quienes corren, quienes patean, quienes muerden…”.
A continuación intenta establecer ciertos Principios del Asesinato: refiriéndose al tipo de persona que se debe asesinar señala que:
- debe ser un buen hombre (de lo contrario podría el estar pensando en asesinar al artista).
- debe gozar de buena salud (es bárbaro asesinar a una persona enferma).
- debe tener hijos pequeños para ahondar el patetismo (no imprescindible).
De todas maneras De Quincey no era un asesino, así se encarga de aclararlo en algunos pasajes de la Conferencia, simplemente ejercita un estudio mínimo de las diversas posibilidades por las cuales se puede valorar un asesinato y deja para la posteridad su humor formal.
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