Tocan el timbre, alguien tiene que abrir.
- ¡Qué milagro, pensé que nunca vendrías a visitarme!- dijo Isla después de que era Victoria la que, cansada, esperaba tras la puerta.
- Es que por fín me he sacado tiempo y he venido- dijo Victoria, sonrojándose, al ver a su amiga tan descuidada a las diez de la mañana.
Isla la invitó a pasar permitiendo que Victoria caminara delante suyo, de ese modo la podía mirar a su antojo, y de paso ordenar las cosas que encontraba en el trayecto al comedor de la casa.
Se sentaron en las sillas que estaban contra la pared y hablaron
- ¿Que tal la nueva zona?- preguntó Victoria.
- Bien.
- ¿Y Platónico?.
-Igual, abajo.
Otra vez gente, primero barre y después gente. Ojalá que por lo menos sea alguien confiable, lectora de la biblia. Tiene que comprender que necesito trabajar con tranquilidad, todo depende de que pueda trabajar con tranquilidad. Tengo que hacerlo... aunque sea por el salmista.
Victoria trajo muchas novedades de Villa Copacabana, cosas de Angélica, del choco, de los perros muertos...
- Del Antonio no se sabe nada todavía, parece que se ha escapado o algo así. Es lo que dicen las gentes.
- Ojalá se haya ido lejos, si es que se ha ido.
- Ojalá - dijo Victoria y se tomó un sorbo del café que Isla le había preparado.
Ya eran casi las once, en cualquier momento Isla debía estar por invitar a su amiga a quedarse a almorzar. Almorzar sola teniendo una potencial compañía parecía un desperdicio.
- Bueno, me quedo. Pero te ayudo a cocinar.
- Ya.
Veinte años trabajando con papeles chato, aunque al principio no era tan trabajo. Después de leer San Agustín no era trabajo. Lo difícil era conseguir las cosas, también faltaba el tiempo. Y sin ayuda, nadie me ayuda. Pensé que indiréctamente recibiría ayuda... pero cuando termine ya no me va a hacer falta. Lo peor es que ya no tengo mucho tiempo (¡si hubiera nacido cincuenta años antes!). Debo conseguir todo, no puede faltar ni un solo detalle y eso ya tomó su tiempo, tanto tiempo toma que uno ya no puede ni vivir. Todo eso ella no lo entiende, me pedía que vaya a almorzar que vea al chico, que me lave los dientes, y yo, como un idiota, postergando mi deber. ¡Escuchá! ahora está lavando ropa, ¡si le encanta lavar ropa!, por eso me quería convertir en un lavador de ropa, como tantos. Pero el tiempo me pisaba y tuve que decidirme: decidir. No había nada que decidir, un día me estaban lustrando los zapatos y dije a la mierda y fué chau.
Habían terminado de preparar la sajta, olía muy bien y había bastante como para la noche e incluso un poco para el día siguiente.
Tenían toda la tarde por delante porque Victoria siempre fué una desocupada a gusto completo e Isla encontraría una forma discreta de ser una aceptable anfitriona sin descuidar lo que se hubiese propuesto hacer.
- ¿Está rico, no?
- Si, y eso que lo hemos hecho todo en media hora.
- Mas razón todavía.
- ¿Vicky?
-¿Mmmh?
- ¿Me ayudas a recoger la mesa?. Yo tengo que lavar un poco de ropa.
Blanco, rojo, azul ¡estos caballos qué fraude!. Tal vez ni los vean. Lo que sí tengo que cuidar en detalle es el libro y los sellos, ¡ah! y los viejos, pero a esos los voy a tener que conseguir hasta el mismo día. ¡Otra vez ruido en las cañerías!, debe estar... y vos ¿te estás durmiendo?.
El noventa y nueve, ¡increíble!, pero ya falta poco. Por el salmista, por todos...
Estuvieron buena parte de la tarde habándose casi a los gritos, porque Isla se esforzaba incómodamente sentada desde el lavadero y Victoria la escuchaba y le respondía desde la cocina con la televisión a bajo volúmen.
-¿Te aburres?
- No, solo que quisiera que vengas aquí y no sentirme tan inútil.
- Ya no te preocupes porque he terminado. Voy a poner agua para tomar té.
- Listo, yo saco galletas, ¿hay galletas?.
- De agua, en la misma bolsa del pan.
-¡Aquí están!
Así pues, chato, todo estaba mal pero había momentos engañosos en los que parecía todo tan bien. Las tardes en la calle no dejan pensar bien, siempre pasa algo que a uno lo distrae, ni que uno fuera genio para no desatenderse. De ocho hermanos... si nos quedábamos todos en casa no hubieramos podido ni respirar. Los ocho juntos estamos solo en una foto del equipo, era muy dificil reunirnos... solo que fuera durmiendo, con una lente que abarca todo el cuarto. ¡Y eso! sólo había sido posible el '36, cuando había nacido Aníbal, porque ya ese año se iba a perder Pablo y al otro se iba a morir Juan Claudio y... ¡Eh chatooo!, te estoy hablando... esto te importa carajo.
Isla sopaba las galletas en el café y seguían hablando.
- Deberías hablar con él.
- No, es peor.
-¿No será un delirio? ¿Así como del Quijote?
-¡Delirio de qué! ¡Si no lee nada el burro!
-¿Pero no te ha dicho nada o no has ido a espiar a ver que hace?
- No hay luz, y si me asomo enseguida se da cuenta, solo les dejo las latas y listo, ahí tiene cuchillos y pila.
- ¿Y el baño?
- No sé, al menos no hay olor.
- Y el Luchito está también, ¡eso sí no te entiendo! ¡Dios!
- Pero el Luchito... él dice que está.
- No hablaba todavía ¿no?.
- Ya debe hablar.
Veinte años, ¿increíble, no?. Al principio esto no estaba como está ahora, tu todavía no habías... por eso te cuento. Antes estaba peor y yo también. Faltaba todo por hacer, habían ratones y tu madre quería entrar a cada rato, quería entrar pero yo no la podía dejar, estás viendo lo desordenado que todavía sigue todo, hace años estaba mucho peor. Después he aprendido a escuchar, la acústica de la casa me favorecía, así pude enterarme que... ¡Pero escuchá! ¿Otra vez agua? Debe estar sola ya.
Ya era tarde para Victoria, tenía que irse porque en la Villa ya a esas horas empieza a haber peligro.
- Voy a volver entonces el sábado en la tarde, si consigo algo de lo que te he dicho traigo eso más.
- Gracias por venir Vicky. ¿Te acompaño hasta la esquina?.
- Si, no te preocupes. Mas bien preocupate por lo que te he dicho del Luchito.
- Mmm, si. Ya esta oscuro.
- Chau entonces.
- ¡Chau!¡Chau! - dijo Isla y cerró la puerta con una sonrisa que no pudo dejar rápidamente.
Quedó sola rumbo al comedor, había que lavar las tazas, cerrar el paquete de las galletas, guardar el azúcar, tenía que cambiar la garrafa, ponerse las chancletas de goma, cambiar la radio.
El ruido del catre chato, así he podido enterarme de muchas cosas. Antes cuidaba mucho no hacer ruido, cuidaba detalles; después ya no. Pero así son las cosas, después has llegado vos. Por obra de alguien has llegado, providencialmente has llegado. Desde que estás aquí no haces mas que mirarme como idiota lo poco que me miras, antes con cara de llorón ahora levantas las cejas, me miras, come y cagas sin que yo te vea, te arrastras para cagar sin ser visto ¿no?. Sin querer también, has crecido, ¿de dónde crees que es esa ropa?... No sé para que te digo tanto, con tal de que llegado el día no me falles va a estar bien... al menos eres bueno y no te quejas... y si te quejaras tendrías que decirle a tu madre que es la que te ha traído, con la excusa de la cuna que no hay te ha traído.
Isla ya estaba desocupada, podía irse a la cama para un merecido descanso. Pero esta noche parecía ser distinta, tenía que pensar en la visita de Victoria, tal vez tuviera razón la mataperros y era su obligación de madre saber si su hijo estaba vivo o muerto. Mañana podía ser un buen día para dedicarse a tales averiguaciones. Pero tenía que ir al Banco, limpiar el baño, sacudir las cortinas, debía enchufar el teléfono temprano, abrir otro envase de leche.
Durmamos chato, haz lo que quieras. Con tal de que me lo digas beeee ese día va a estar bien.
Isla se puso a pensar la noche anterior en la boca de Victoria, en recuperar al Luchito... una noche piensa, después se sueña recordando soñar a los amantes que antes venían (pero ahora es una vieja), en los ruidos terribles del catre, en la cunita. Pero ya de que sirve, si lo que debería hacer no lo hace. Podría escribir pero tiene que cerrar fuerte los grifos, sacudir el mantel de la mesa, despeluzar su abrigo, debe decir a la mierda cuando le meten mano en sus sueños, le toca freir un huevo, abrir la puerta, sonreir ¿quién es? Mua, mua. Ya tarde, porque el día ha llegado, es hoy.
Todo listo: trompetas, clarines, rayos y centellas, temor general, algarabía de comida entre los pobres, y yo, con el deber de no fallar.
¡Este Jesús no parece ni Jesús!. Los viejos ya están, ¡pobres!, se los ve tan asustados. Y vos chato beeeee beeeee cuando yo te diga. ¡Las luceeees!. El libro ambiescrito, las lágrimas. Ya está.
La otra va a venir sola ¡ésa si que existe!, quien sabe y tal vez se confunda y todo al ver mi obra, tal vez se confunda y se asuste, tal vez se vaya y nos deje estar.
Hoy.
Sigue botando cáscaras, cambiando canales, untando pan. ¡Mientras que no se dedique a fabricar fines del mundo!
Lavando ropa, perdiendo hijos....
Todo ha pasado sin mayor significado.
El chato dijo bien su beeee, los viejos estuvieron dignamente dormidos, todo iba perfecto.
Todo bien hasta que unos cabrones se pusieron a gritar ¡Ven! ¡Ven! ¡Ven! antes que mis cabrones. Y vino, vino y lo echó todo a perder. Vino finalmente y me cagó.