Secreto Juego

Intentando hacer una historia coherente sin permitir que lo que voy sintiendo lo domine todo; ése es mi objetivo de momento. Porque ésta Fátima, de la que quiero y estoy por contar tantas cosas, ha insistido en eso y me ha encomendado, entre bromas, con excusas, que así lo haga.
El momento en que le presté real atención es reciente, y me viene ahora a la memoria: fué esa tarde en la que les hablaba a los chicos de los partidos, hablaba acerca de como los períodos respiratorios podían impedir el desarrollo normal de un jugador inspirado, en respuesta empezaron a hablar de cualquier cosa; ya mi mirada estaba en la plaza donde Fátima, en una falda tiesa y larga con una polera de cerveza, recogía hojas en una bolsa negra, al parecer para llevárselas a su casa.
Después no fué todo tan inocente.
Me hice su amigo, hablábamos del frío de La Paz y en cuán lindo sería irse a vivir a otro lugar (su familia era de Chulumani). Siempre en el banco de la plaza, no podía invitarme a su casa porque su madre, una vieja de mal carácter, la hubiera agarrado a golpes sin importar quien la viera, de haberla sorprendido con un chico en su casa. No sé que pasó, pero de la primaria impresión de haberme conocido con una chica especial, tierna y despreocupada, fuí notando, casi enseguida, que había algo en ella que no cuadraba con lo que decía y demostraba ser. ya no era sincera, y ésto lo pude notar porque lo fué en algún momento. Entonces pasamos a ser de esos amigos que se ven esporádicamente y se saben mentiras uno del otro pero, por algún motivo, se sienten a gusto. No estaba bien, pero quién lo está del todo. Fuí prestándole atención a la forma en la que me saludaba, sin dejar de mirarme y después con sus palabras casi constantemente, sobre mi cara. Eso era un saludo estudiado, nunca casual.
Un día en que nos encontramos, me pidió que la acompañara a casa de sus tíos, que se habían ido a Chulumani dejando su casa a la venta, y vacía. Cuando llegamos allí, habían un sillón viejo, pero no empolvado; ella me dijo que la esperara ahí. Después volvió eimpuso que subiéramos a la terraza, como si hubiera terminado de preparar algo. Cuando estuvimos arriba, ya con los codos sobre la baranda, me miró y dijo "te voy a mostrar algo".
A todo esto, yo ya me veía sobre ella e iba tanteando el lugar mas cómodo de la terraza para acomodarla, pensaba ponerme la polera en la cabeza para que el sol no me sofocara aún mas. Pero, me dí cuenta, lo ingenuo que era, y que posiblemente me estaba imaginando cualquier cosa, de hecho, nunca me había insinuado nada, y nuestra relación no pasaba de la amistad; aunque, pensé, amistad un carajo aquí hay algo.
Regresó con una carpeta enorme, ahí pensé que hasta para ser un chiste ésto había sido muy ceremonioso. Se sentó a mi lado y abrió la pesada carpeta que parecía contener fotos y olía a goma líquida. ¡Para ésto tanto lío!, pensé y debí haberlo dicho, cuando empezó a pasar las hojas y mirá, qué hay que ver: lanas pegadas, recortes de periódicos, dibujos, notas, una cochinada. Después, entusiasta, fué a traer, según lo anunció, mas "libros". Llegó cargando varias carpetas, unas mas grandes y gordas que otras, habrán sido unas quince. Ya empezaba a perder la calma y cuando empezaba a desarrollar explicaciones absurdas, me dí cuenta, y ahí el sol terminó por laxar, empezaba a comprender el contenido de tanta basura, zapatos descosturados, cabellos, telas manchadas, marcas y olores. Cuando ya estaba por preguntarle, para confirmar, qué era todo eso, se anticipó "son mis mentiras", dijo.
Buscando tranquilizarme, me reí, tomé una de las carpetas y al irla hojeando esperaba encontrarme con algún convencionalismo, alguna señal de que ésto era algún pasatiempos totalmente comprensible, incluso divertido. Pero no, esto era un absurdo y una pérdida de tiempo, o era una ingenua exagerada o una loca total. Terminé por apresurar mi paciencia y sin decir mucho, me fuí.
Y sí, no terminó por decirme que eran las manchas de sus polvos.