La película de Marcos Loaiza, de 2003, es entre toda la producción nacional de los 2000, la de mayor calidad, sin fallas técnicas, pulcritud fotográfica, y la de mejor historia argumental.
Jesús Martinez ("Cacho" Mendieta) es el paceño arquetípico, renegón, mañudo, escueto al expresarse, a la vez sensible y ocurrente.
Jesús, que de él es el corazón enfermo, es un burócrata de mediano rango, que se encuentra en una etapa de su vida en la que lo cotidiano y rutinario lo abarcan todo; un ataque al corazón lo aisla de la estructura lineal en la que se encontraba su vida matrimonio-trabajo-supervivencia y, ante el sistema que se le ha volcado en contra (es deudor de una gran suma de dinero por no haber procedido según lo suscrito con la compañía aseguradora), se ve obligado a mentir para salir bien librado de la máquina burocrática que practicamente lo condenaría a ser un deudor perpetuo del hospital donde fué atendido.
Finalmente Jesús, con la ayuda de la enfermera del Hospital General en el que internó con argucias, prescinde de su identidad y finge su muerte como última medida para librarse de la deuda.
El epílogo deja una sensación ambigua por lo incierto del futuro de Jesús Martinez, y una primera conclusión en la que parece ser que el hombre para no dejarse triturar por el sistema (hostil y despiadado con sus víctimas) debiera optar por el camino de la despersonalización y aún así, tampoco consigue su libertad, sino que simplemente sustituye sus lazos para con el orden establecido, ya que munido de una nueva identidad tendrá que lidiar nuevamente con la omnipresente sociedad.