Entonces, a partir de ésto, te vas a dar cuenta de que no exagero en absoluto.
Ni Silvio, ni Adhemar estaban cerca de conocer lo que había ocurrido con exactitud; por eso es que el odio que me has prometido no tiene mas justificación que las habladurías de esos dos potosinos.
No importa que yo haya demostrado en la práctica la rectitud de mis intenciones, salvadas mis pequeñas mentiras producto de los acorralamientos que me hacían los perfumes de Irma la amén.
A los hechos: No es que la muerte de la querida Susi no haya sido causada por mi, es que esa conclusión no define mi participación con claridad. Recuerdas como era Susy, bastaba que no pudiera dar su opinión sobre algo para ya estar malhumorada y reacia el resto del día, con esa carita de recién asaltada que terminaba escuchando esas radios de la noche en la que algún imbécil pretende aconsejar a las almas tristes. Esa era Susi, efectiva e incluso hiriente cuando se proponía dejar la marca de sus palabras en tus futuros actos; deficiente y lánguida cuando trataba de impresionar de un modo similar a través de la escritura. ¿Te acuerdas las burlas que nos provocaban sus conversaciones por chat? Pobre Susi, era tan auténtica siempre y tan exagerada en sus desgarradores textos que ni ella misma podía esperar respuestas sensatas.
Pero no vayas a creer que esto no es mas que una pequeña venganza a la elocuencia personal de Susi, es un poco para recordarte que tan cuerda no era.
Pero así como Susi, como tú, se dejaban llevar por los impulsos y eran, muchas veces, demasiado inocentes, creían que la gente era así de franca como ustedes y le creían todo a cualquiera, como a Ademhar, el potosino. Así puedes empezar a creerme.
Yo moría porque estuviéramos jugando un ajedréz en el que la reina Susi se viera arrinconada en blanco y negro, conmigo omnipresente, contigo soñadora, mirando como nuestros peones se habían desordenado; a todo esto con el potosino sin arte ni parte en ésta partida definida hace ya mucho tiempo.
Pero esto es la vida, por eso es que tuve que enfrentarla directamente, decirle lo hermosa que era para mi, halagar su firmeza de garganta, repetir hasta el cansancio (de pie soy mas sincero) lo bien que me hizo conocerla, lo mucho que me dolía decirle lo que le digo; después su risa contenida, su no importa mi flaco llorón, y que mas sino una inesperada serenidad, la grotesca revisión del relój, el mirar a los costados del frío. Después a comer, Susi con tenedor, Susi pensando, ella en su cama, después en la triste cocina, desvestida del miedo, revestida y a salir de nuevo. ¿Adonde? No sé, a las cabinas, al "Guadalquivir", a Potosí, a un día nuevo, a comprar chocolates, a morir por esos accidentes que ni uno mismo planearía con tanta precisión.